Preocupa que según la encuesta de CPI publicada ayer en Correo, el presidente Ollanta Humala esté llegando a su tercer año de mandato con un nivel de popularidad de 75%, muy similar al de su socio político y protegido Alejandro Toledo, que en julio del 2004 tenía 82% de desaprobación en medio de una tremenda crisis institucional y de liderazgo, al extremo que hablar en ese entonces de vacancia presidencial era un tema del día a día.
Hagamos un poco de memoria y recordemos episodios muy dramáticos como aquellos en que el presidente Toledo ya ni siquiera podía salir a la calle por ser objeto de constantes e incómodas silbatinas. Algunas pasaron a mayores, como la vez en que le arrojaron al Mandatario botellas de plástico en el Estado Nacional y bolsas de basura en Gamarra, de donde tuvo que salir bajo los escudos de policías. Nadie me va a contar esos sucesos, pues yo los vi personalmente cuando era reportero.
Pero el presidente Humala sabe muy bien lo que genera un gobierno con tan altos índices de desaprobación, pues recordemos que el 1 de enero del 2005 se produjo el llamado "Andahuaylazo", en que Antauro Humala tomó una comisaría exigiendo la salida del "ilegítimo" Toledo, mientras su hermano Ollanta, desde Corea, apoyaba la brutal acción contra un régimen que por más impopular que haya sido, era absolutamente democrático y tenía que acabar recién el 28 de julio del 2006.
Hoy en día, nadie en su sano juicio haría un nuevo "Andahuaylazo" como el de los Humala contra un gobierno democrático -aunque impopular- como el que tenemos ahora. Es por eso que se hace evidente que algo tiene que hacer el humalismo para conectarse nuevamente con los peruanos, que reclaman seguridad en las calles, el cumplimiento de promesas electorales y el tener una administración que sea manejada por el jefe de Estado y no por su esposa, en lo que se ha llamado "un gobierno familiar".
Urge que el Mandatario tome medidas acertadas y muy responsables para que mejore la percepción de los peruanos con respecto a su gobierno, pues además, con una economía que crece a menos de lo esperado por diferentes factores, no nos podemos dar el lujo de tener un régimen con problemas de popularidad, que por lo general tratan de ser solucionados con medidas populistas que a la larga hacen que el remedio sea peor que la enfermedad.