El Gólgota de Ayacucho
Luis García-Blásquez Lara. Abogado
No solo que la señorial Ayacucho sea el bosque de hermosos catedrales, sino también que los capítulos tensos del proceso revolucionario de Galilea se encarna en el alma de esta castellana y libertaria ciudad.
No solo que la señorial Ayacucho sea el bosque de hermosos catedrales, sino también que los capítulos tensos del proceso revolucionario de Galilea se encarna en el alma de esta castellana y libertaria ciudad.
El pueblo lleva este espíritu sobre sus hombros con la fe y la serenidad que inspiran las grandes causas de la humanidad. De esta manera se pueden describir las celebraciones de Semana Santa en el lugar más privilegiado en el mundo católico, después de la Sevilla española.
El Domingo de Ramos, el Nazareno, con la imagen de una fresca juventud y la actitud de un político ataviado de sendas humildades, ingresa victorioso en la ciudad. Cabalga en un asno blanco que lo esperó todo un año para conducirlo hacia la realización de su mensaje. El pueblo, con palmas y vítores, sobre alfombras de flores, lo acompaña lleno de fe y esperanza en la más emotiva marcha triunfal.
Cuando el miércoles santo, el Nazareno, torturado y maltratado, es conducido a su cita final, el pueblo, con llanto contenido, marcha junto a él. Nadie le pide nada a quien se dirige dolorido y dificultosamente, con la pesada cruz sobre sus hombros, hacia el lugar donde debe rendir su vida, como un ofertorio a la humanidad. El Nazareno es el patrón de Ayacucho.
El Viernes Santo es el sepelio de quien fue asesinado por su liderazgo de la causa del hombre, que, conjugando con la sangre del ejecutado, estará apuntando a la definitiva realización humana.
La plenitud de triunfo y la consagración de la causa de los hombres es proclamada por el Galileo desde la cúspide de una majestuosa y piramidal anda, a la misma hora que nace la alborada, al pasear triunfante por la plaza mayor de Ayacucho. Quedó en la tierra la semilla echada, plena de fecundidad, y el Cristo resucitado ha tomado el camino de la eternidad, con olor de humanidad.