martes, 3 de febrero de 2015

MANUEL JESÚS ORBEGOZO
El gran ausente
DOMINGO TAMARIZ LÚCAR periodista 

Fue uno de los gigantes del periodismo peruano. Sumaba 60 calendarios en el tráfago de la profesión; años en los que trabajó sin reposo en La Crónica, Expreso –del que fue fundador–, El Comercio, El Peruano (donde ocupó la Dirección), y en incontables revistas como colaborador. Y en ese trajín dio nueve veces la vuelta al mundo para tener informados a sus lectores desde el mismo escenario de la noticia.
También fue el maestro que modeló a incontables periodistas en las aulas sanmarquinas. Además, escribió numerosos libros, entre ellos Testigo de su tiempo, fascinante testimonio en el que desfilan países, ciudades, acontecimientos, conflictos “que oscurecen la vida de los hombres y el porvenir de los pueblos”.
Como corresponsal de El Comercio, durante treinta años recorrió casi todos los caminos del planeta. Premunido de su cámara y sin más compañía que su sombra, cubrió las más devastadoras guerras de la segunda mitad del siglo XX. Conflictos como el de Biafra, Vietnam, Hanói, Kampuchea, Nicaragua, la Guerra del Golfo, entre otros, llegaron a manos de los lectores de El Comercio a través de sus crónicas impecablemente redactadas. Y en ese andar entrevistó también a nueve premios nobel, principalmente a los de Literatura: Neruda, García Márquez, Octavio Paz.. Sus crónicas, reportajes y entrevistas constituyen –como dijo alguna vez Luis Jaime Cisneros– “un florilegio” de su vida periodística. Mientras Francisco Miró Quesada Cantuarias diría una vez: “Orbegoso creó un nuevo estilo de escribir”.
–He dado la vuelta al mundo nueve veces, que las considero así –contó alguna vez– porque salí de Lima por el Oeste y regresé por el Este.
De sus entrevistas solía recordar con especial afecto la que le hizo a la Madre Teresa de Calcuta, fundadora de un albergue de moribundos “que ella creó en un acto de gran ternura hacia los desvalidos”. De la Madre Teresa recordaba el periodista un lema: “Si los pobres vivieron indignamente, por lo menos que mueran dignamente”. El mejor recuerdo de sus viajes, precisamente, era un rosario que le entregó la Madre Teresa.
Manuel Jesús Orbegoso nació en 1923 en Otuzco, provincia de la región La Libertad. Sus primeros estudios los hizo en su pueblo, pero a muy temprana edad se trasladó a Trujillo, donde residió hasta los 22 o 23 años, no podría precisarlo. Desde entonces tenía una vocación irrefrenable para las letras.
Conocí a Manuel Jesús en la Federación de Periodistas del Perú, si mal no recuerdo en 1955, cuando ya era un profesional fogueado. Trabajaba entonces en La Crónica, diario en el que se inició como periodista profesional en 1953, luego de haber probado suerte en otras actividades. Al año siguiente, acaso siendo el primero en sorprenderse, ganó el Premio Nacional de Periodismo. Tenía entonces 28 años de edad.
Llegó a Lima en 1951 y, como dominaba el inglés, laboró en actividades en las que era necesario hablar el idioma de Hemingway, a quien entrevistaría cinco años después en el balneario de Máncora. Fuimos tan amigos que en los años 70 colaboró en una revista que yo dirigía, Vistazo, sin cobrarme un céntimo. Recuerdo que por entonces escribió algunas notas estremecedoras, como la del artero golpe de Pinochet y la muerte del periodista Augusto Olivares, un colega entrañable, que tituló “Lección de lealtad”.
Son muchos los recuerdos que se agolpan en mi memoria ahora que trato de construir un retrato de este periodista inmenso, total, irrepetible. Solo les contaré el más reciente. Cuando el 1° de octubre de 2010, en nombre del Club de Periodistas, le entregué la Pluma de Plata, fue uno de los momentos más felices de MJO, quien entonces diría: “Esta es la reunión más grata que he tenido en mi vida. Y he tenido muchísimos agasajos y premios, pero acá me siento muy halagado, como si yo fuera un hombre de otro planeta”.
Cuando cayó enfermo, sus amigos más cercanos ya intuíamos su partida, pues en los primeros días de septiembre (2010) había sido operado en el Hospital de Neoplásicas. Al parecer, había salido victorioso de la operación, pero una semana después se puso mal, muy mal. Y en esa instancia, unos días después, al abrir mi correo me di con un e-mail que jamás hubiera querido leer: “Ha muerto el gran Manuel Jesús Orbegozo”. Firmaba el mensaje Juan Gargurevich.
Manuel Jesús, el colega, el amigo, el poeta y, sobre todo, el ser noble y entrañablemente querido por sus colegas, había partido, igual que tantas otras veces, pero esta vez a la eternidad. Descanse en paz, maestro.