domingo, 24 de agosto de 2014

Gobierno de Humala contra las cuerdas


Lo sucedido en las últimas horas, en que la oposición ha puesto contra las cuerdas al gobierno del presidente Ollanta Humala, redibuja el panorama político del país, pues la oposición ya se dio cuenta que puede neutralizar a un régimen que en sus tres primeros años fue capaz de hacer lo que quiso al contar con mayoría gracias a sus congresistas y sus aliados.
Sin embargo, esta situación acarrea mucha responsabilidad, tanto del debilitado gobierno como de la oposición, pues de entrar ambas partes en actitudes intransigentes, el que pagará los platos rotos es el país. Tengamos en cuenta que desde el jueves pasado, el sector público está prácticamente paralizado al no tener el gabinete el respaldo parlamentario.
La situación que se vive por estos días es también un golpe bajo a la imagen de la premier Ana Jara de ser la mejor operadora política del humalismo. De nada le ha valido su ronda de conversaciones con las fuerzas políticas y su vocación por el diálogo, que era su mejor activo para estar al frente del equipo ministerial que en realidad es el mismo que dejó el cuestionado René Cornejo.
Desde que rige la Constitución de 1993, que exige el voto de confianza, nunca se ha vivido una situación como la que atraviesa el país desde la madrugada del jueves último. Son las consecuencias de las actitudes de un gobierno intransigente que creyó que con sus congresistas y los necesitados chakanos iba a lograrlo todo siempre. El Perú hoy necesita responsabilidad de todas las partes para salir del entrampamiento.
No se confunda. El principal responsable de que el país viva en una suerte de limbo constitucional, con un gabinete juramentado pero lejos del ejercicio pleno de sus prerrogativas, al carecer del voto de investidura por parte del Congreso, no es la afanosa Premier, algún ministro "lobbista" o la omnipresente Primera Dama, sino el presidente Ollanta Humala. Este creyó -o se dejó persuadir, que para el caso es lo mismo- que bastaría con ubicar a sus fidelísimas Ana Jara y Ana María Solórzano a la cabeza del gabinete y del Congreso, respectivamente, para que todo fluya de maravillas. Y lo cierto es que nada de esto ha ocurrido.
¿Qué sucedió para que el que se creía iba a ser un seguro voto de confianza se transformara en el peor desplante político propinado al Gobierno en el Parlamento? Simple: una mezcla de soberbia e incapacidad para "leer" el momento político y adecuarse al mismo. Una de las claves del éxito en política es poder adaptarse a toda nueva circunstancia y Humala lo sabía muy bien (tanto que no fue el mismo candidato en 2006 y 2011), pero olvidó la lección una vez instalado en Palacio y se creyó aquello de que él y Nadine estaban refundando el país.
Y ahora que debía atajar la pérdida de aliados y el aumento de los disidentes en su bancada (que le permitían contar con una cómoda mayoría en el Congreso), Humala se negó a ceder espacios ante la oposición. Ahí están los resultados y que, incluso, se haya puesto al borde de un ataque de nervios a la Confiep.
Fui de los comentaristas que erró a mitad de semana cuando di por descontado, aunque por estrecho margen, el voto de investidura. "El Gobierno tiene apoyo, pero pasará raspando", decían hasta cuatro voceros de bancadas consultados. Sin embargo, el resultado fue otro. Ahora Humala, quien pudo haber negociado discretamente y ceder en el tema de revisar el aporte de los independientes a las AFP o la permanencia del ministro Eleodoro Mayorga, está contra las cuerdas.
Sin operadores políticos ni voceros efectivos, Humala deberá superar el entrampamiento ante un Congreso que ya "probó sangre". Así es cuando se abandona la política y se impone la soberbia. El problema es que si se niega nuevamente la confianza, qué seguiría: ¿el gabinete Fredy Otárola? No lo merecemos.
 Ni los "fantasmas" de la "ingobernabilidad" o de la "recesión" impidieron este desenlace. Al pronunciamiento previo al mensaje de Ana Jara de cuatro expresidentes del Consejo de Ministros, apadrinando a Ana Jara, se sumó el presidente de CONFIEP, pidiendo la "actitud responsable" de extender la confianza, porque la economía no podía parar. Algo así como que lo único que importa es la economía y lo político lo podemos pasar por agua caliente.
Quienes piensan que no darle el voto de confianza debilita la gobernabilidad, se equivocan. En realidad, la fortalece. Un voto en negativo habría sido un mensaje político de que no se acepta un gabinete más digitado por la señora de Humala, que debería ser el asunto de fondo más allá de las pequeñeces en las que se pierde la oposición, poniendo como condiciones la no afiliación de independientes a las AFP o el incremento del salario mínimo. Un mensaje de que es el Congreso el primer poder del Estado a pesar de ser el nuestro un régimen presidencialista. Un mensaje de que la democracia tiene cómo hacer que las cosas funcionen como deben funcionar, sin atender al capricho de nadie. Un mensaje de que los peruanos podemos poner límite firme a este gobierno, a través de nuestros representantes.

Y es que lo político, importa. Quedó al descubierto el muy leve peso político de la señorita Jara, cuyo mayor merecimiento para ocupar el cargo era su amistad íntima con la esposa del Presidente. ¿Podemos imaginar que el Congreso le hubiera hecho el mismo desaire de dejar en la sala de espera a una Beatriz Merino, a un PPK o al mismo Jorge del Castillo? Imposible.