Gobierno de Humala contra las cuerdas
Sin embargo, esta situación acarrea mucha responsabilidad, tanto
del debilitado gobierno como de la oposición, pues de entrar ambas partes en
actitudes intransigentes, el que pagará los platos rotos es el país. Tengamos
en cuenta que desde el jueves pasado, el sector público está prácticamente
paralizado al no tener el gabinete el respaldo parlamentario.
La situación que se vive por estos días es también un golpe bajo a
la imagen de la premier Ana Jara de ser la mejor operadora política del
humalismo. De nada le ha valido su ronda de conversaciones con las fuerzas
políticas y su vocación por el diálogo, que era su mejor activo para estar al
frente del equipo ministerial que en realidad es el mismo que dejó el
cuestionado René Cornejo.
Desde que rige la Constitución de
1993, que exige el voto de confianza, nunca se ha vivido una situación como la
que atraviesa el país desde la madrugada del jueves último. Son las
consecuencias de las actitudes de un gobierno intransigente que creyó que con
sus congresistas y los necesitados chakanos iba a lograrlo todo siempre. El
Perú hoy necesita responsabilidad de todas las partes para salir del
entrampamiento.
No se confunda. El principal responsable de
que el país viva en una suerte de limbo constitucional, con un gabinete
juramentado pero lejos del ejercicio pleno de sus prerrogativas, al carecer del
voto de investidura por parte del Congreso, no es la afanosa Premier, algún
ministro "lobbista" o la omnipresente Primera Dama, sino el
presidente Ollanta Humala. Este creyó -o se dejó persuadir, que para el caso es
lo mismo- que bastaría con ubicar a sus fidelísimas Ana Jara y Ana María
Solórzano a la cabeza del gabinete y del Congreso, respectivamente, para que
todo fluya de maravillas. Y lo cierto es que nada de esto ha ocurrido.
¿Qué sucedió para que el que se creía iba a
ser un seguro voto de confianza se transformara en el peor desplante político
propinado al Gobierno en el Parlamento? Simple: una mezcla de soberbia e
incapacidad para "leer" el momento político y adecuarse al mismo. Una
de las claves del éxito en política es poder adaptarse a toda nueva
circunstancia y Humala lo sabía muy bien (tanto que no fue el mismo candidato
en 2006 y 2011), pero olvidó la lección una vez instalado en Palacio y se creyó
aquello de que él y Nadine estaban refundando el país.
Y ahora que debía atajar la pérdida de
aliados y el aumento de los disidentes en su bancada (que le permitían contar
con una cómoda mayoría en el Congreso), Humala se negó a ceder espacios ante la
oposición. Ahí están los resultados y que, incluso, se haya puesto al borde de
un ataque de nervios a la Confiep.
Fui de
los comentaristas que erró a mitad de semana cuando di por descontado, aunque
por estrecho margen, el voto de investidura. "El Gobierno tiene apoyo,
pero pasará raspando", decían hasta cuatro voceros de bancadas
consultados. Sin embargo, el resultado fue otro. Ahora Humala, quien pudo haber
negociado discretamente y ceder en el tema de revisar el aporte de los
independientes a las AFP o la permanencia del ministro Eleodoro Mayorga, está
contra las cuerdas.
Sin operadores políticos ni voceros
efectivos, Humala deberá superar el entrampamiento ante un Congreso que ya
"probó sangre". Así es cuando se abandona la política y se impone la
soberbia. El problema es que si se niega nuevamente la confianza, qué seguiría:
¿el gabinete Fredy Otárola? No lo merecemos.
Ni los "fantasmas" de la "ingobernabilidad" o
de la "recesión" impidieron este desenlace. Al pronunciamiento previo
al mensaje de Ana Jara de cuatro expresidentes del Consejo de Ministros,
apadrinando a Ana Jara, se sumó el presidente de CONFIEP, pidiendo la
"actitud responsable" de extender la confianza, porque la economía no
podía parar. Algo así como que lo único que importa es la economía y lo
político lo podemos pasar por agua caliente.
Quienes piensan que no darle el
voto de confianza debilita la gobernabilidad, se equivocan. En realidad, la
fortalece. Un voto en negativo habría sido un mensaje político de que no se
acepta un gabinete más digitado por la señora de Humala, que debería ser el
asunto de fondo más allá de las pequeñeces en las que se pierde la oposición,
poniendo como condiciones la no afiliación de independientes a las AFP o el
incremento del salario mínimo. Un mensaje de que es el Congreso el primer poder
del Estado a pesar de ser el nuestro un régimen presidencialista. Un mensaje de
que la democracia tiene cómo hacer que las cosas funcionen como deben
funcionar, sin atender al capricho de nadie. Un mensaje de que los peruanos
podemos poner límite firme a este gobierno, a través de nuestros
representantes.
Y es que lo político, importa. Quedó al descubierto el muy leve
peso político de la señorita Jara, cuyo mayor merecimiento para ocupar el cargo
era su amistad íntima con la esposa del Presidente. ¿Podemos imaginar que el
Congreso le hubiera hecho el mismo desaire de dejar en la sala de espera a una
Beatriz Merino, a un PPK o al mismo Jorge del Castillo? Imposible.